Les ofrezco al Artista.
Sepan disfrutarlo.
El Artista
Era un hombre de madera y cordel
rojo. Era una marioneta sin cuerdas, sin dueño, sin rostro, sin piel ni
corazón. Era un muñeco articulado a tamaño natural, de cabello rubio y mejillas
sonrojadas. Era una contradicción constante.
Era delgado y de largos dedos, y
llevaba encima una camiseta desteñida con grandes cortes de color y un pañuelo
azul en el cuello que se le enredaba con los pinceles cuando pintaba.
Era el Artista. Era un ser
extraño que usaba sombrero de copa con cinta azul y se las pasaba dibujando.
Era considerado un peligro, una
anomalía, una extrañeza. Era un cuerpo de madera con conciencia de hombre de
verdad. Era una explosión de color y luz cuando pintaba, y creaba mundos y
maravillas por capricho. Era un travieso, un prófugo incansable, pues no
existía cárcel que pudiese detenerlo. Era ingenioso al idear escapes; con lápiz
pastel creaba puertas en los techos y con acuarelas volvía agua los barrotes.
Era una sonrisa andante, a pesar de no tener boca ni labios con los que sonreír.
Era un hombre sin nombre ni
identidad, que cuando quería viajar armaba sus propios trenes y estaciones. Era
quien pintaba la ciudad cuando la lluvia la desteñía, era quien se detenía en
los caminos a pintar para los enamorados una puesta de sol.
Era inconfundible con su mochila
de cuero ajado, con su pañuelo azul que en invierno se convertía en bufanda, a
pesar de que el Artista no podía sentir frío ni calor. Era un solitario
empedernido; nadie podía igualar su paso por el mundo. Era una silueta de
arlequines, de payasos, de flamencos y tortugas, todo al mismo tiempo. Era un
prisma articulado de madera, que durante el día podía mover mil sombras y
durante la noche, mil luces.
Era un personaje intrincado,
hecho, rehecho y vuelto a armar, andando por la vida un tanto cabizbajo, pues
no tenía a quien mirar a los ojos. Era un antihéroe cumplidor de sueños. Era
una tristeza hermosa.
Cuentan que nunca lo cogieron, y
que voló lejos, muy lejos, con sus paletas, sus pinturas, sus pinceles y su
diluyente. Nadie lo ha vuelto a ver, pero tenemos la esperanza eterna de que
vuelva a sacudirnos el hastío gris de encima.
Era un ser extraño, sin duda.
Pero era real.
Gracias Irina por tu reflexión
ResponderEliminarMe pregunto si tu artista no habrá dejado un pincel usado, un resto de pintura, unas gotas de diluyente para que nosotros, cada uno, pueda recomponer la vida, haciendo del gris una fiesta de colores?