domingo, 28 de octubre de 2012

De tus ojos al papel


            Sigue llorando, querida mía, sigue llorando. Sigue llorando, por que si cesa por un segundo el manantial de tus ojos me extinguiré y ya no podré consolarte, no podré demostrar el dolor que me provoca la razón que te hace llorar, no podrá el mundo saber que estás llorando.
            No te diré que debes ser feliz, no te diré que el sufrimiento pasará, no te diré nada que te regale la alegría por mucho que lo desee, por mucho que desee no verte llorar. Pero si tú no lloras, no podré acariciar tus mejillas ni sentir el roce de tu piel, no podré sentir los que tú sientes, no podré arrullarte en silencio.
            Te haré borrar la tinta de tus cartas y silenciar tus deseos entre lamentos, y tú no lo sabrás jamás, querida mía, no lo sabrás jamás.
            No dejes nunca de llorar, pues como lágrima tuya, no tengo otra opción que amarte mientras lloras. 

domingo, 14 de octubre de 2012

Maullidos en el cuarto



            Cara de gato. Todo silencioso, piel demasiado lisa, mirada baja. Todo de gato, ojos grandes y redondos, dedos medio recogidos, barba mínima que de suave dan ganas de acariciarla. Hasta el chaleco a rayas, amarillo y grisáceo opaco, me recuerda a un gato atigrado.
            Labios delgados que en algún otro momento de mi vida me atrevería a besar. Ternura en voz grave y timidez poco modulada. Pretende verse menos de lo que es, con su sonrisa fácil y un poco melancólica. Juega con un lápiz negro, punta fina, como si fuese una pelota de mimbre. Parece un gato acorralado.
            Casi puedo verle las nueve vidas. Algo salió de sus labios… ¿trabajo? No, no, ese es un rostro de adolescente, hasta el cabello tiene despeinado de juventud. Se pierde dando vueltas los ojos al vacío, se le han sonrojado las orejas, tal vez sea el calor que destroza este cuarto. Una cadenita le rodea el cuello, plateada, como un hilito brillante alrededor del cuello, ahogando el latido bajo su mandíbula. Es como si tuviese collar, a lo mejor es un gato domesticado.
            Aburrido en exceso. Estoy esperando a que bostece y desperece lentamente su cuerpo, listo para irse a dormir sobre alguna alfombre cerca de la chimenea. Hay un caudal oculto en su exclamación monocorde, me habría gustado ver una gota de sudor cayéndole por la frente y remojando su escasa barba clara que también le sirve de bigote. Es un gato silencioso.
            Ha callado, ha notado mi presencia, se enrosca sobre si mismo y, nuevamente, se pierde con la mirada parda en el vacío.