sábado, 7 de junio de 2014

Adiós a tu cuerpo


He de despedirme de tu cuerpo.

No de ti, no. De ti me he despedido varias veces. Frente a ti, ante ti, sobre ti, tras de ti, me he despedido. Es la idea de tu cuerpo la que todavía me ronda, y llena de frío ese hueco cálido que antes ocupabas. Que se ponga de pie el hipócrita que declare no creer en el valor de un cuerpo tibio.

No, no es de ti. Es de tu piel. Esa piel que te rodeaba los labios y recorría mis mejillas antes de besarme apenas, para besarme, ansiosa, otra vez. Esa piel que se arrugaba cuando sonreías y cantabas, y tu voz salía de tu pecho para acunarme, bajito. Que tu piel se continuara con tu boca solo podía significar la perfección de un beso bien dado, de tu aliento ahogándome en silencio. El tierno recorrido de tu cadera y lo que ella escondía.

De tu piel suave bajo mis labios, he de despedirme.

No, no he de despedirme de ti. Sí de tu caricia. De tus manos bajo mi ropa, nunca tímidas, insultando mi honor sin pretextos ni ficciones, en los lugares más extraños, de las maneras más insólitas. Extrañaré esos dedos que se detenían en mi cuello antes de aferrar mi cabello, que dibujaban patrones ininteligibles sobre mi vientre expectante. Esas manos que gozaban del tacto de mi cuerpo, me hacían revolotear, crujir, curvarme. Esas manos que nunca se alejaban demasiado cuando estábamos solos, esas manos esquivas cuando alguien más que yo las observaba.

De tus caricias esquivas, he de despedirme.

También del calor que despedían tus abrazos, he de despedirme. Del complemento perfecto de hacer el amor una noche confusa que se continuaba en mañana, ininterrumpida. Y, más allá de hacer el amor, era tu abrazo el que calmaba mi vacío. Todo cuanto eras volcado en un gesto puro y simple, desinteresado y profundo. La tibieza de tus latidos en mis oídos por segundos que se convertían en minutos y horas demasiado cortas para mi eterna ambición de ti. El calor de tu abrazo cuando ya nos habíamos despedido unas trescientas veinte veces y acudías a mi sin ninguna palabra, solo con tu gesto, solo con la tibieza de tu cuerpo en el mío y viceversa.

Del calor de tu cuerpo, con dolor, he de despedirme.

Del recorrido de tu espalda en la punta de mis dedos, ese recorrido tantas veces prolongado que aún puedo recordarlo al cerrar los ojos. Cuántas veces nos dedicamos simplemente a recorrernos con la punta de los dedos, tratando el uno de arrancarle al otro el hastío de vivir, tratando de disfrutar ese momento que muchas veces tenía el sabor metálico de lo incorrecto.

Tus pies fríos enredándose en los míos, buscando un cobijo, tu frente hundida entre mi hombro y mi cuello, tu aliento sonriente sobre mi pecho. Tu desnudo buscando la curva de mi cintura, tu ropa enredada con las sábanas.

En síntesis, solo tu cuerpo.

Perdón por soñarte, y adiós a tu cuerpo.