domingo, 30 de diciembre de 2012

Candelarias - Parte I

*Perdón por la demora. No hubo Noviembre, es el último día de Diciembre. Espero que con esta historia parte extraña, parte erótica, parte ensayo, me sepan perdonar. Esto no termina. 



                El negro no sirve para el ballet. El negro no sirve para bailar. El negro es atemporal. El negro está muerto.
                Abrió mucho los ojos y avanzó en punta de pies, las manos extendidas a la altura de los hombros, el traje negro. Negro como la sombra bajo la galería. Punta de pie izquierdo a rodilla derecha, vuelta, vuelta, estirar los brazos, vuelta, vuelta, retroceder y torcer el cuello, mantener los ojos bien, bien abiertos. La galería apagada, solo las luces del escenario estaban prendidas.
                El negro bajo la galería, alrededor de la silueta elegante y opaca. ‘Ven’, vuelta, manos alrededor del rostro. ‘Mira mi imagen cadavérica, veme como te veo yo’, caminar en punta de pies, quebrar la cintura, elevar las manos al cielo, recorre su brazo, su cintura, su cadera, la curva de su muslo.
                Negro. Negro el traje, negro el cabello, negros los guantes, negro el abrigo, negros los ojos. ‘Sé que me ves’, indicarlo, vuelta, vuelta, caer al suelo, abrazar el suelo, elevar la rodilla, extender el tobillo y rozar el escenario tapizado de luces. ‘Sé que me sientes’.
                ‘No. Todavía no te siento’, sombra inexistente, zapatos brillantes. Se acomodó el sombrero, colleras sin lustrar. ‘Todavía no’. Sus dedos finos lo rodearon desde la distancia, las candelarias elevando la sombra de la bailarina difuminada sobre la pared, muñeca de caja musical girando en un solo pie, la otra pierna desdoblada en el aire, brazos lejos, abrazo, brazos lejos, abrazo.
                ‘No. No me sientes’, salto, salto, salto y cabeza atrás, salto y el cuerpo arqueado en semicírculo, brazos desnudos. Vestido negro, falda transparente pero en tantos, tantos pliegues que nada se podía adivinar entre tabla y costura. Luces blancas, cortinas rojas. El pecho subiendo y bajando en un pulso que no se correspondía a la armonía de sus pasos y la música sin sonido. ‘Me has visto. No me has tocado. Todas las noches te he visto ahí, bajo la galería esperando –y deseando, deseando no sabes cuánto– que te acerques, que tomes asiento frente a mi, que sientas la brisa que sale de mis manos al público y el sonido de mi respiración, el olor de mi sudor’.
                ‘Sí te he tocado’, giro, giro, ladeado el cuello perfecto, la boca dibujando una ‘O’ perfecta, imagen pura de la bailarina sobre dos pies, sobre el aire, bailarina cayendo. ‘Me has soñado, me has hecho real. En tus recuerdos tengo fuerza, cuerpo, voz. Suéñame –¡deseáme! – otra vez. Hazme real ahora. Dame fuerza, cuerpo, voz.
                ‘Ahora te veo’,
                ‘Ves solo una silueta’.
                ‘No necesito más’, rodar por el suelo lustroso, manos cerradas, dedos ocultos, vientre plano para guiar hombros redondos, para arrastrar el cuerpo entero, cuello como de cisne, cabello fijo, tenso, rostro extasiado. El movimiento se deslizaba por los centímetros imposibles de su piel descubierta.
                ‘Deséame otra vez, hazme vicio dentro tuyo y déjame llegar al escenario’.
                Manos en su mejilla, manos ajenas, dedos desconocidos. La bailarina no se detuvo, vuelta, vuelta, el escenario iluminado de candelarias blancas, el pabellón vacío, asientos con público, público invisible. Dos pasos más y las manos a su cuello. Llevó sus propias manos a su propio cuello, pero no encontró más que un recuerdo marcado en piel y sudor.
                ‘Deséame otra vez’, repitió quitándose el sombrero. Corazón que no latía, respiración inexistente, sin sombra agitada en expectativa. Lo soñaba, lo soñaba de verdad. Lo soñaba en ese escenario, manos llenas de tela desgarrada del mismo cuerpo que giraba, vuelta en un pie, vuelta, vuelta.
                ‘¡No eres real!’, el miedo traspasaba su mirada. 


[Fin de la Primera Parte]