lunes, 16 de julio de 2012

¡Pelusas!

Vio algo moverse y se giró, asustado. Una pelusa flotaba entre sus libros.

- ¡Pero qué estupidez! ¡Asustarme con una pelusa! -, exclamó riendo. La pelusa, enormemente ofendida, se arrojó sobre él y comenzó a devorarlo.





domingo, 1 de julio de 2012

Segunda vez


Yo llorando en una habitación, cabeza entre las manos, pero está la puerta abierta. Punto de descanso en este viaje. Puedo escucharla. 

- Anda -, le dice. Maximiliano no responde. Parece tan complicado como yo. Apoyado contra la pared, brazos cruzados, cabeza gacha, un pie sobre la silla de madera. Ella insiste. – Eres el único que puede darle todo… -, un segundo de duda. – Todo lo que necesita.

A Maximiliano no le gusta esto, desde donde estoy puedo verlo. ¿Quién es ella? Alguien que he visto, pero no conozco. Y Maximiliano no responde, incómodo. Punto de descanso en este viaje, ¿a dónde vamos? ¿Dónde diablos estamos?

- Dale, Maxi -, dice ella de nuevo. – Se siente mal, se siente pésimo, no seas así. Eres el único, no va a pasar nada malo.

Nos movemos. Ahora recuerdo, no es una habitación, es un tren, un vagón, y no hay nadie más conmigo. Estoy cansada, muy cansada. Es verdad, me siento mal, me siento pésimo. Su voz me llega de nuevo por la puerta entreabierta. Al final no era un punto de descanso.

- Maxi, por favor -, dice ahora con una mano sobre su hombro. Él suspira, descruza los brazos. Está por ceder. – Ayúdala.

- Ya para -, suelta Maximiliano, separándose pesadamente de la pared. – Si voy a entrar, voy solo, tú ándate. Al final ni te importa.

Sé que está preocupado por mí, sé que me quiere. Sé que le gusta cómo se siente mi cabello. Me pesa el cuerpo, no puedo moverme. Lo escucho venir, se hace eterno. ¿Por qué cedió? Lo que pasó no fue nada, pero me siento tan, tan mal. Mi celular no funciona, por mucho que marco tu número, no llama. Tampoco soy capaz de hablar. Me siento horrible, ¿por qué no contestas? ¿Por qué no estás aquí conmigo? No quiero, te juro que no quiero.

El tren da un salto y abre un poco más la puerta. No la veo a ella, pero Maximiliano está ahí. Cierra con suavidad y se acerca. Atardece, casi no hay luz. Alto, moreno, hombros anchos. Es guapísimo, pero está demasiado serio. Tal vez sea efecto de la luz.

¿Dónde estás? Sabes que a Maximiliano lo quiero, pero no así. Nunca así. Deberías ser tú quien se acerca, ¿por qué no estás aquí? No entiendo nada ni quiero entender. Maximiliano se sentó a mi lado sin un solo ruido. Quiero llorar hasta morirme. 

Maximiliano me aparta las manos de la cara y me sujeta del cuello. Es un movimiento que ya ha hecho antes. Una vez. Yo lo dejo, no tengo fuerzas para resistirme. Su mano está tibia, me envuelve la nuca, no me deja moverme. Acabo de darme cuenta de lo frío que está el vagón, y mentiría si dijera que no me agradó el calor de sus manos. Lenta, muy lentamente, me besa. Es algo que ya ha hecho antes. Una vez. Me vuelvo un poco, apenas para escapar de sus labios. No de nuevo. No quiero, te juro que no quiero, ¿dónde estás? Maximiliano me abraza, su calor me seca las lágrimas, y sorprendida, noto que él está temblando. O a lo mejor soy yo. Tú sabes que lo quiero, pero no así.

Pero me besa de nuevo, no hay lágrimas, no hay frío, y tampoco estás tú, como tampoco has estado en algún tiempo. Y de repente ya me siento un poco mejor.