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‘¡No eres real!’, el miedo traspasaba su mirada. Seguía bailando,
salto, salto más alto, correr el círculo
imperfecto, la pesada falda siguiéndola.
‘Soy tan real como tú quieres que sea’, suspiró
en sus oídos, manos reales en su cuerpo tembloroso, calor real, tangible
–demasiado tangible– tras ella y sobre su piel. Se volvió de golpe y se
encontró ahí, frente a la silueta sin sombra, la silueta que ahora tenía
rostro, labios, lengua, manos, cuerpo. ‘Soy
tan real como me sueñes’.
De
un paso tomó su posición y la rodeó con fuerza. Ella se dejó elevar, labios entreabiertos,
pecho palpitante, piernas extendidas, vestido negro demasiado pesado, demasiado
grande, demasiado innecesario. Los dedos se aferraron a sus caderas, cada vez
más reales, cada vez más tibios, cada vez más cerca, cada vez más
desgarradores.
La
hizo girar, vuelta, vuelta, salto sin soltarla, sin soltarla, sin soltarla
jamás. El rostro pálido, los ojos bordeados de ojeras amoratadas. ‘¿Quieres parecer muerta? ¿Quieres acaso
verte como yo?’.
‘Quería tu mirada en el escenario, en tu
mirada la admiración, en tu mirada mi cuerpo retorciéndose, girando, mi cuerpo
húmedo, mi cuerpo encendido’, vuelta, vuelta, bailarina en un pie,
bailarina en dos pies, bailarina en el suelo, bailarina sobre él.
Manos
con tacto. Manos cálidas, manos que pueden recorrer, que ya no son una brisa,
una idea, una sensación. Manos de verdad, manos fuertes, manos firmes, manos
que recorren, manos que hacen sentir. ‘Soy
tan real como tú quieres que lo sea’.
Bailarina
al suelo, bailarina de negro, de vestido negro desgarrado, bailarina y
centímetros posibles de su piel descubierta, centímetros y más centímetros, una
silueta ya no era silueta, sino manos, rostro, labios, cuerpo real, cuerpo
cálido, cuerpo que no la deja ver las candelarias porque la cubre con su figura
y le impide ver algo más que a él. ‘Tan
real como te soñé’.
‘Soy quien quieras’, sombrero que rueda y desaparece tras bambalinas,
dedos delicados de mujer desdibujando su traje negro, arrebatándole años y años
de espera, polvo y muerte.
‘Te vi viéndome’, giro y giro, traje
negro deshecho y vestido negro desgarrado, luces blancas de candelarias
iluminando cuerpos reales, labios contra curvas, manos húmedas, manos cálidas,
suspiros contenidos, vuelta, vuelta, labios y lengua reales, sueño real de
aquel hombre de mentira que se escondía en la galería.
‘Siente ahora’, las piernas que saltaban
envolvían su cuerpo real, caderas que se retorcían sin dejar de presionarlo,
presionarse, presionar el suelo del escenario y el cuerpo real. ‘Eres mía’.
Ella
sobre él, boca entreabierta, respiración entrecortada, sudor dulce que escurre
entre sus piernas apretadas alrededor de ese cuerpo que cesaba de tomarla y
tomarla otra vez, de unirse a ella y unirse otra vez.
Él
recorrió la curva de sus pechos, la curva arqueada de su espalda, la línea fina
de su cuello, la sombra de sus pestañas. Y mientras la abrazaba y la envolvía,
justo cuando el último suspiro salía de su boca y su cuerpo se contraía en el
último espasmo, él tomó su cabeza y la besó.
Se
apagaron las candelarias. Negro sobre negro, dos fantasmas sobre el escenario,
dos fantasmas haciendo el amor.