domingo, 14 de octubre de 2012

Maullidos en el cuarto



            Cara de gato. Todo silencioso, piel demasiado lisa, mirada baja. Todo de gato, ojos grandes y redondos, dedos medio recogidos, barba mínima que de suave dan ganas de acariciarla. Hasta el chaleco a rayas, amarillo y grisáceo opaco, me recuerda a un gato atigrado.
            Labios delgados que en algún otro momento de mi vida me atrevería a besar. Ternura en voz grave y timidez poco modulada. Pretende verse menos de lo que es, con su sonrisa fácil y un poco melancólica. Juega con un lápiz negro, punta fina, como si fuese una pelota de mimbre. Parece un gato acorralado.
            Casi puedo verle las nueve vidas. Algo salió de sus labios… ¿trabajo? No, no, ese es un rostro de adolescente, hasta el cabello tiene despeinado de juventud. Se pierde dando vueltas los ojos al vacío, se le han sonrojado las orejas, tal vez sea el calor que destroza este cuarto. Una cadenita le rodea el cuello, plateada, como un hilito brillante alrededor del cuello, ahogando el latido bajo su mandíbula. Es como si tuviese collar, a lo mejor es un gato domesticado.
            Aburrido en exceso. Estoy esperando a que bostece y desperece lentamente su cuerpo, listo para irse a dormir sobre alguna alfombre cerca de la chimenea. Hay un caudal oculto en su exclamación monocorde, me habría gustado ver una gota de sudor cayéndole por la frente y remojando su escasa barba clara que también le sirve de bigote. Es un gato silencioso.
            Ha callado, ha notado mi presencia, se enrosca sobre si mismo y, nuevamente, se pierde con la mirada parda en el vacío.

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